Hace 4 años, 11 de marzo, tiempo de México, me enteraba de una de las peores tragedias naturales en Japón y se me llenaban de lágrimas los ojos con cada historia nueva, las noticias que llegaban hasta acá eran malas y pocas, todas apocalípticas.
Las historias que nunca llegaron fueron las de sacrificio y esperanza, eran opacadas por la percepción occidental de que el japonés debe ser muy frío para no llorar, que no tienen corazón, la comprensión era tan poca y las traducciones tan malas.
Por suerte hubo bloguer@s que nos contaban, en primera persona, lo que vivían allá, a muchos de los cuáles empecé a seguir gracias a ese terrible acontecimiento. Es difícil entenderlo desde un punto de vista occidental.
Hace 4 años los boletos de avión a Japón bajaron drásticamente, los extranjeros y japoneses empezaron a hacer turismo en Tohoku y yo empecé a hacer planes de ir a Japón de manera formal. Hace 4 años el patrón, alias el progenitor, (que no merece el cariño de llamarse papá) se alegraba del terremoto y de las muertes, pensaba que así dejaría yo de tener deseos de irme a Japón, nada más lejos de la realidad.
Hoy yo me alegro que Japón se levante y que en 5 años sea sede olímpica, de que hayan prevenido una crisis nuclear mundial del tamaño de Chernóbil y que cada año podamos admirar las flores de cerezo.
Me alegro porque en 25 días estaré tomando un avión hacia un país que sabe levantarse de las cenizas.